lunes, 22 de febrero de 2010

Trilogía del capital sumergido.Relato 1: El vendedor de paraguas



Tanta lluvia me impedía vender paraguas . Y aún sabiendo que mi empresa no tenía futuro me afanaba a mis antiguas glorias, pese a que no hubiese un sitio en el que cubrirme del agua.

Aunque no todo el mundo se cubría ante el agua y a veces se veía a alguien huyendo de las gotas como si fuesen estas ácido sulfúrico. La prisa siempre hacía que la gente solo mirase al frente y nunca a mi puesto, el cual le hubiera salvado de mojarse.

Cuando no pasaba nadie, los segundos se me repetían una y otra vez. El aburrimiento me inundaba , y me hundía en mis interiores. Pensaba continuamente en mi árbol y sus frutos, de los cuales escaseaba ya.

Todo me parecía descolorido, hasta que decidí al fin salir de mi pasividad y actuar. Me puse a dar voces en la calle para atraer a cualquier viandante. Y ante mi sorpresa mucha gente se acercó.

Pero mi fugaz fortuna rápidamente se tornó en mi final. Los vecinos de las casas colindantes, se quejaron de mis voces, y llamaron a la policía,la cual me montó inmediatamente en un carro de metal, cuyo destino era las las torres de la justicia.

Tras llegar inmediatamente pasé a estar entre barrotes, sin ningún juicio.

Para colmo mi habitación era pequeña. Esto y todo mis sucesos hicieron desbordar mi furia, la cual canalicé escribiendo una carta al maldito cielo , el cual era el culpable de todas mis desgracias por su lluvia continua, y al plasmarla conseguí aliviarme algo

Una vez terminé de escribir me asomé por mi pequeña ventana y lancé mi carta al cielo.
La observé ascender, hasta que se perdió de mi vista.

Ante mi sorpresa recibí una respuesta, aunque no la deseada. En ella se me condenaba a ser electrocutado por una tormenta. Sin embargo también se reflejaba una compresión por mi forma de actuar, aunque no por ello la definieron por la adecuada. En la respuesta se me aclaró que la lluvia no era castigo, sino que más bien un acuerdo entre todas las nubes del cielo, las cuales decidían soltar el agua según les convinieran.

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En mi final pedí un pequeño favor al cielo, y era que quemase también mis paraguas, para que nadie más los vendiera.

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La electricidad me libró al fin de mi desgracia...

martes, 16 de febrero de 2010

Eso que se diluye en los espejos




Hoy corté las alas a una mosca. Es por ello que al fin me sentí liberado, pues ardió mi rojo interior, el cual amenazaba con teñir mi piel y todo el entorno que me rodea.

No obstante sentí miedo de mis actos, y más al darme cuenta que inconscientemente había matado todas las moscas que me encontraba, dañando así en parte el ecosistema.

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Y es que todos tenemos una paleta con el rojo, por lo que cualquier pincel puede pintar con este color. El peligro consiste en que dibujen sobre tu carne los salvajes, sobre todo si andas en las tinieblas intimistas.

Yo antes usaba una paleta que solo tenía el blanco. A simple vista pensaba que ya no tenía porqué estar pintado. Cerrar los ojos ante el arco iris me resultaba difícil , y al final no era más que un reprimido. Además todo esto me llevaba a nada , pues al final acababa usando el rojo de mis flujos interiores.

Yo siempre digo por ello, que cada sentimiento es un color diferente, y siempre necesario en nuestra vida. Es por ello que no hay dogma que reprima las tonalidades de tu pintura, pues los sentimientos vuelan libres como moscas, y si se intentan encarcelar te destruirán.

No obstante siempre hay un color más fuerte,que predomina sobre los demás, pero no por ello se pierde la armonía,la cual sea quizás lo más esencial en esta vida,y esta se alcanza mirando todos los colores.

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No mataré la ira, pues quizás ella me acabe consumiendo por mis intentos frustrados.

lunes, 8 de febrero de 2010

El helecho senescente


Con mi vanidad al fin redimida, perdí mis ramas y con ellas mis esbeltas hojas. Envejecí, y poco a poco me hundí en mi vida interna.

Añoré el fino contacto de mis hojas con el aire y la luz. Ambos eran la única línea de mi libro, y la esencia de mi supervivencia. Y es que al perder mis apéndices,perdí la fotosíntesis,y con ella todo.

!Hay donde se fue mi estabilidad!

Poco a poco me disolvía en un gran mar, me consumía y todo por que no hice caso de las sabias palabras de Baudelaire y no fui sublime sin interrupción.

En mi melancolía cavilaba ser como el hongo que me rodea, para ligar mis funciones vitales a otro ser. Vivir en armonía con mi hospedador y si hiciera falta defenderle. Pero todo esto solo era parte de mi imaginación.

Ante la falta de expectativas también pensé a veces en que se siente siendo como el mono que cuelga de mis ramas. Aquel salvaje animal que toma la comida de los árboles y que necesita de su tribu para subsistir. Pero siempre me echaron para atrás sus olores.

Aunque lo que más eché en falta son mis soros, mis antiguas estructuras esporales situadas en mi hojas. Ellos liberaban mis esporas en primavera, pero nunca llegaron a germinar. Y por ello nunca fui un ser completo
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Ahora me llaman a las puertas ,solo espero que cuando veáis a un helecho derrumbado no piséis sus descompuestas ramas, pues ellas fueron parte de su plenitud.
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Ser sublimes sin interrupción (Baudelaire).......Aunque no sé si podréis