jueves, 2 de marzo de 2017

Estoy reconciliándome con mis miedos, las personas, el gritar. Estoy en lo alto del anden, sé que partiré, sé que llegaré a otro lugar donde seré otra vez nadie y donde una y otra vez tiraré la misma moneda al suelo. Estoy en la cumbre, ese precipicio de verdades, mi yo disfrazado de múltiples formas. Estoy donde no quiero estar, rodeado de bolas rojas que me atrapan. Estoy de mirando el tren con carita de pena. Estoy auténticamente confundido.

¿Por qué dejé de hablar con mi mano derecha? no lo sé pero cuando me repito esa pregunta más de tres veces vuelvo al entresueño donde el gran chamán me regaló el peyote de verdad, donde no era todo una identidad más, donde no hacía falta chaqueta.  Ayer intenté hacer una plegaria en honor a todas las traiciones que he cometido, a todas las personas que se quedaron en el camino, pero no pude, me temblaba demasiado el cuerpo. No pude contener la respiración tres veces y eso que mis dedos estaban cortados y volví a uno de mis "yo" machacados. No pude acercarme al pájaro carpintero que me regaló mi abuelo. JODER, si ayer me acordé de cuando en mi colección no había ningún loro parlanchín y era más aburrida.

No sé si ahora es mejor tener loros, aunque estoy reconciliándome con uno de ellos al cual engañé el otro día. En la roca los aves no mienten (ese es su delito), allí puedo abordar el precipicio de otra forma, inventar nuevas historias mientras miro la caída. Dicen que la distancia al suelo es de 26 km, pero yo pienso que deberían de dejar esa misma regla porque pronto serán 27 km, nada es estático. Y mientras tanto: vuelo, soy el águila, sé que pronto vendrá una presa nueva.

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