
Tanta lluvia me impedía vender paraguas . Y aún sabiendo que mi empresa no tenía futuro me afanaba a mis antiguas glorias, pese a que no hubiese un sitio en el que cubrirme del agua.
Aunque no todo el mundo se cubría ante el agua y a veces se veía a alguien huyendo de las gotas como si fuesen estas ácido sulfúrico. La prisa siempre hacía que la gente solo mirase al frente y nunca a mi puesto, el cual le hubiera salvado de mojarse.
Cuando no pasaba nadie, los segundos se me repetían una y otra vez. El aburrimiento me inundaba , y me hundía en mis interiores. Pensaba continuamente en mi árbol y sus frutos, de los cuales escaseaba ya.
Todo me parecía descolorido, hasta que decidí al fin salir de mi pasividad y actuar. Me puse a dar voces en la calle para atraer a cualquier viandante. Y ante mi sorpresa mucha gente se acercó.
Pero mi fugaz fortuna rápidamente se tornó en mi final. Los vecinos de las casas colindantes, se quejaron de mis voces, y llamaron a la policía,la cual me montó inmediatamente en un carro de metal, cuyo destino era las las torres de la justicia.
Tras llegar inmediatamente pasé a estar entre barrotes, sin ningún juicio.
Para colmo mi habitación era pequeña. Esto y todo mis sucesos hicieron desbordar mi furia, la cual canalicé escribiendo una carta al maldito cielo , el cual era el culpable de todas mis desgracias por su lluvia continua, y al plasmarla conseguí aliviarme algo
Una vez terminé de escribir me asomé por mi pequeña ventana y lancé mi carta al cielo.
La observé ascender, hasta que se perdió de mi vista.
Ante mi sorpresa recibí una respuesta, aunque no la deseada. En ella se me condenaba a ser electrocutado por una tormenta. Sin embargo también se reflejaba una compresión por mi forma de actuar, aunque no por ello la definieron por la adecuada. En la respuesta se me aclaró que la lluvia no era castigo, sino que más bien un acuerdo entre todas las nubes del cielo, las cuales decidían soltar el agua según les convinieran.
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En mi final pedí un pequeño favor al cielo, y era que quemase también mis paraguas, para que nadie más los vendiera.
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La electricidad me libró al fin de mi desgracia...