martes, 11 de febrero de 2014


Al norte de las colinas se acercaban, vestidos de chaqueta. No eran conscientes de que todo estaba embarrado y que el agua empapaba hasta la última piedra. Ajenos al mandato de Dios avanzaban para al fin conseguir sus objetivos. Sus cuerpos se desfiguraban con el paisaje, de sus pantalones de pinza salían cientos de hormigas, las cuales devoraban ávidamente sus caras.  Ellos como si no pasase nada cantaban la última canción que habían escuchado por la mañana, la cual decía algo así:

No llores traidor,
tus pies aún son fuertes,
nada pesa lo suficiente

Una silla metálica estaban esperándolos al final el camino. Algo había encima de ella que molestaba la vista, pero no se distinguía bien. Inconscientes proseguían. En un árbol había escrito:

Cuando esté cargada tu espalda,
y no sepas tu nombre, 
aniquilalos.
Ellos son los culpables,
no lo pienses más.

Y entonces vino el Dios maniqueísta. Los árboles se convirtieron en droga. Donde antes se habían cabras, ahora vísceras. La silla metálica se cansó de esperar y fue a recibir a su deidad. Ellos con el cuerpo totalmente descompuesto abrieron los ojos, se los comieron y alzaron la voz. Dios les dijo: no es momento para pedir la salvación, hubo una eternidad para hablar.

Tarde es para tu empresa, ahora relaja los músculos que queden, te hará falta.

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